viernes, diciembre 19, 2008

El camino a Damasco

Miles de proyectos en la testa. Pensando en las infinitas ocurrencias que a lo largo de la vida soplaron y se arrinconaron en mi mente, percibo que la distancia entre los que logran sus hazañas personales y los que no lo alcanzan está no en aquello que muchos llaman eufemísticamente el ‘motor de la vida’ a la motivación, tampoco en la perseverancia, aunque mucho piensen lo contrario. Creo, de modo empírico, que aquellos que rozan la levedad que procura algo alcanzado, está en la acción misma. Pero, ¿Qué hace que fulano se levante a las cinco para sumergirse en el eterno círculo casa-trabajo?
¿Qué nos impulsa al acto? ¿Con qué imagen o pensamiento vamos en busca de aquello que para otros puede resultar tan banal e irrelevante?

Creo, eso sí, que lo que impulsa a muchos a la aventura es la temeridad. Decía García Márquez que muchos emigrantes a los Estados Unidos se atrevieron a cruzar fronteras resguardadas hasta la sofisticación sin tener otro recurso más que la temeridad.

Pero para sazonar mejor el ingrediente, había que agregar a esta vehemencia el arrebato de locura. Aquello que muchos nunca pensaron que fulano haría tal proeza. Y, por tanto, es una suerte de cambio de piel, de querer ser otro sin serlo aunque sea por unos momentos memorables.

“Muere lentamente quien no arriesga lo seguro por lo incierto para ir tras un sueño; quien no se permite, por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos”, decía Neruda. Podemos asegurar muchas cosas. Pero aquello que nos transmite reflejo de inseguridad es tal vez, en algunos casos, el camino a Damasco, la huida de la tranquilidad en busca de naderías.

miércoles, noviembre 19, 2008

De vuelta...

De pronto descubres lo mucho que has cambiado.
Los domingos por la tarde ya no tendrás una mano regordeta y protectora para guiarte a donde tú lo deseabas. Hubieras deseado que el tiempo no rozara tus días, que el tronar incesante de las horas no dibujara tu rostro, que las bondades que veías en todos fuera cierto, que la utópica armonía de la vida hubiera sido de verdad. Te sientas en tu cama, desempolvas algunos recuerdos de la memoria y, acaso porque escuchaste una canción o el olor de alguien te recordó a alguien más, o fue tal vez una palabra, una imagen, el pasaje de una novela, un cuento…y de pronto te ves sumergido en recuerdos.

Ves a la abuela y le agradeces infinitamente. Tu vida se sostiene sobre el cariño y la rigidez de su carácter. El quechua que te hablaba y que entendías de a pocos, los mandatos que obedecías malamente, porque nunca fuiste muy obediente, la poesía que alguna vez le dedicaste, el aguacero del que te protegía, las tardes eternas en los andes que siempre amaste, el miedo que sentías al rugir de los truenos, los rayos y los palos que te caían por alguna malcriadez.

No deseas recordar más porque te acuerdas de lo que decían las mamachas: si te ves recorriendo todo lo que has vivido es porque te va a llegar la muerte. Había poesía en mucho de lo que decían. Pero eso es un pretexto. No quieres seguir sentado en la avenida del pasado porque te percatas que estás siempre en el carro del constante presente que tampoco existe porque no es más que el desvanecimiento incesante de los días.
Pero no quieres seguir porque descubres lo mucho que has cambiado y la dicha que antes tenías es la felicidad que ahora tienes como abstracción.

jueves, octubre 23, 2008

...

En un peregrinaje hacia la nada, sin destino alguno en el fondo, nos aventuramos a hablar sobre el proceso de creación. Él tenía la inmortal convicción de que nuestro destino está predestinado al talento que traíamos. Que, al nacer, concebimos la capacidad de explotar aquello que nos fue dado, que el escritor no será un gran escritor si no posee un talento innato, embrionario, otorgado por el azar de nuestros destinos que, sin embargo, muchos se van ignorando haber tenido alguno.

Le replicaba que, lanzado el ejemplo, el escritor se hace con la constancia sempiterna que procura la conducta, que nada tenemos al erupcionar a este mundo, que los logros son frutos encadenados de la perseverancia y la disciplina más allá que del utópico hecho de un talento genuino.

“No puede ser que Cien años de soledad haya sido escrito por alguien que solo le puso constancia, dedicación…”
Gabo aterrizó como ejemplo de talento congénito que solo los magos pueden concebir aquello que llamamos grandeza.
Si, los Cien años es una obra que alberga el poder inhumano de la genialidad y que es otorgado a aquellos que el azar decidió desde los albores de una existencia.
“Pero, tu sabes lo que Gabo tardó en crear esa obra” le repliqué “Le dijo a Mercedes – su esposa – que aquello le tomaría seis meses, pero tardó 18 disciplinados meses que solo la abnegada constancia puede ensayar”.

Como diría Tomas Eloy Martínez, Gabo tuvo – y tiene – la disciplina de monje hasta la última letra de Cien años…
Allan Poe decía que no existe la inspiración, que el proceso único de creación nace de la ebullición constante de la inteligencia.

Luego de caminar ignorando un punto fijo, acaso por la ocupación mental en esas eternas discrepancias, nos despedimos con la promesa de cambiar algunos libros.
Camino a casa, me fue imposible dejar de evocar aquello que recién había terminado. Y, tratando de entender una postura que refugiaba una dosis de romanticismo, concebí la idea de que el azar, con sus juegos arbitrarios de elección, quizá procuraba el talento eruptivo que marca, más que la disciplina y la constancia conjugadas, la determinante suerte de la grandeza o el simbólico consuelo de un buen intento.

jueves, octubre 16, 2008

...

Fue Fernando de Szyszlo quien alguna vez dijo algo sobre el elemento.
Mucho tiempo después aquella idea volvió – y cambió la reminiscencia en recuerdo – con una canción de Jorge Cafrune: “Al pobre mi canto doy y así la paso contento, porque estoy en mi elemento y ahí valgo por lo que soy”.

Toda búsqueda del elemento implica una rebelión. Toda inclinación al arte deja una estela espumosa de querellas con quienes tienen como bandera a la madre resignación.
Los que encuentran refugio en la Literatura, la música, la pintura…acaso tengan la secreta esperanza de saber que no están desperdiciando sus días en el constante ajetreo de la rutina.

Ignoro si estas banalidades albergan la posibilidad del reconocimiento, del aplauso en el auditorio, las felicitaciones en un salón; pero tengo la certeza de saber que el cultivo de un arte nos procura el nexo más próximo a la levitación. Una sensación inefable entendida por aquellos en quienes la vida sería invivible si no labraran eso que nos aproxima a ser más humano: El elemento.

miércoles, octubre 15, 2008

El azar y la constancia

La profesora de baile ha tenido la prudencia para no renunciar y la constancia para saber que de su trabajo, de su obra, de su incesante cariño hacia esos mocosos de dos y tres años puede verse reflejado su arte.

Frente a mi casa, ella ha tenido la infinita paciencia para no declinar cuando los mocosos tuvieron las solemnes ganas de no bailar en todo el cuerpo. (Martín Adán, dixit).
Sin embargo, ella siguió allí, acaso para mí con unos pasos tan ridículos como inútiles pero que al perfeccionarlos día a día se moldea como la obra va tomando forma.
Como la forma que toma el barro para convertirse en olla, vaso, en algo útil que surgió de la nada.

Por eso, ver a esos pequeños que bailan – algunos con desgano, otros con entusiasmo – debe ser tan gratificante para ella como el dinero para el corredor de bolsas.
Ahora que es el aniversario de ese colegio de puros ratones veo que han traído un parlante para el gran acto.

Todos estos meses de trabajo deben reflejarse al fin en un baile de tan solo unos minutos.
Ponen la música, terrible por cierto, y los escaldados comienzan a bailar. La profesora, a un lado, se muestra complacida por el entusiasmo que le ponen, mira a cada uno y su rostro dibuja el regocijo de la realización, la dicha del trabajo bien hecho, la sonrisa de sentir que fue ella la del empeño.
Percibo que, sea cual fuere el resultado, nuestros talentos deben flotar como la botella en el mar infinito, claro, con esa infinita constancia que solo agrega la disciplina.

Preguntarán: ¿Y si, a pesar de todo, no se consigue el reconocimiento de debería tener? Como diría Constantino Carvallo, el mejor reconocimiento es el mismo hecho de haberlo dejado todo.
Pero ahí viene la bronca de la derrota, la ira de saber que robamos horas a la noche y no verse reflejado en el resultado. Por eso, tal vez el azar venga levitando desde lejanos pueblos a posarse en algunos de nosotros. Acaso por eso Borges decía: “El azar dice que soy un escritor importante”.

domingo, octubre 12, 2008

El hombre del otro día

Lo veo reclamando, pidiendo a gritos, insultado y escupido. Donde vaya, pienso que su vehemencia y temeridad siempre harán que salga de los restaurantes a empujones.
Tal vez su locura no es otra cosa que la desdicha de saber que tenemos una programación posmoderna que no nos permite vislumbrar un eco, una llamada, el contacto, la conversación…

Por eso, cuando aquel hombre vuelva a ingresar a los locales públicos pedirá que se le apague el televisor, que bajen el volumen estridente de una canción sin sentido, que detengamos esa modorra pasiva que nos envuelve en un aletargamiento.
Y lo empujarán, dirán que es un loco de mierda, que: vete a tu casa viejo cojudo, anda conversa con tu madre, déjame ver mi partido viejoemierda…

Y él, acaso por querer ese calor humano anestesiado, seguirá pregonando por un minuto introspectivo y tal vez infinito, pues queda la sospecha de saber que esos segundos son los que realmente cuentan en la fulgurante carrera de nuestra vida efímera y fugaz.
O como bien dijo alguien por ahí: de una vida de 80 años, lo verdaderamente vivido se compone de, a lo mucho, unos vivificantes meses.

La televisión estará ahí, de repente ya inamovible.
Recuerdo cuando el padre de Mafalda le pregunta a su hija que está sentada frente al televisor apagado: “Pero, hija, porque miras el televisor apagado” Mafalda: “Es que he querido pensar un rato”.

viernes, septiembre 26, 2008

Los misiles...

Las palabras son misiles que van a parar a las sienes. No matan; destruyen.
Algunas se pueden recoger del polvo de un libro; otras, de quienes incluso no sospechábamos idea genuina, o frase loable.

Aquellas que se dicen desde la recóndita honestidad, desde los tugurios del alma o acaso desde el vaho humeante de nuestras entrañas y visceras, son - y siempre han sido - las que se llevan en la memoria como tinta indeleble. ¡Vaya uno a saber hasta cuándo!

Recuerdo cuando un profesor a veces se ufanaba de las curiosidades que tenía: lap top, un 4x4, teléfonos que me sorprendían no por su sofisticación sino tal vez por saber que se están creando una estela de aparatos que no necesitamos.
Cierto día, este profesor, abanderado de la humildad, en una pregunta que le hicieron y que, inexorablemente, lo llevó a recorrer pasajes de su infancia, se paró y, mirándonos a todos dijo, ya como un hábito, todo lo que poseía. Pero este regreso a la infancia hizo que viera, acaso solo por esa vez, cuánto había cambiado.

"Y, a pesar de todo, a pesar de tenerlo todo. De todas las exquisisteces y comodidades que me brinda el bienestar económico, creo que los mejores momentos de mi vida transcurrieron en las pampas de la serranía donde tenía toda la libertad de correr a mis anchas, quizá aquellos tiempos fueron los más felices de mi vida".

lunes, septiembre 22, 2008

No son solo niños...

Y Paco seguirá llorando. Humberto, también, seguirá gritando, pregonando, aullando que su padre lo puede todo, porque todo lo tiene: el dinero.
Y da ganas de decirle a Paco: Paco, carajo, levántate y sácale la mierda. No te dejes maniatar. Pero Paco, ¡ay' seguirá llorando.

Y llora por las injusticias del niño Humberto. Por los ojos descoloridos por la tristeza, por el miedo, por el dinero que envuelve a los Greeve en una arrogancia inefable.

Retumba en la mente: Paco somos todos. Como un eco eterno Vallejiano que nos habla desde el Mountrouge. No, no lo traigan. Que se quede para siempre allá, ¿aquí? ¿para qué? si solo encontró desdichas y engaños en esta Lima la horrible.

El niño Greeve es un sistema. ¡Cómo negarlo! En la constancia del sometimiento hacia el débil, hacia Paco, el niño Greeve no es un niño, sino una creación del poder, un instrumento de saciar, con perjuicios regados, el Yo y el solamente Yo.
Fariña, en sus insistencias de animar a que se defienda Paco, acaso encuentre la vejación sin remedo de la creación de la arrogancia.

Ni Dios, si acaso existe, puede remolinar a Paco y a Humberto juntos, como dos hermanitos. Pero tal vez quede la sospecha de saber que Dios es el viento que nos empujará hacia un porvenir incierto, abismal, pero dichoso.

jueves, septiembre 11, 2008

Impresiones

Presentaciones sobre personajes que hicieron Historia.
Los chicos desfilaban al frente para introducir sus mp3 y presentar sus “exposiciones”.
El parámetro impuesto por el ‘profesor’ me pareció, desde un inicio, injusto.
Y él, como imagen, un ocaso, un tenue discurrir sobre naderías.
“En este curso quiero que se relajen, que se vacilen”. Ahí se suicidó.
¿Presentar a hombres tan nobles como Carrión, Vargas Llosa (como escritor), y a José María Arguedas y, desde mi otro extremo – el Catolicismo – a esos santos venerados como San Martín y Santa Rosa en cinco efímeros minutos? Bueno, ustedes dirán, pero era para perder ‘el miedo escénico’.

Para aquel que ignora lo que estoy escribiendo, resumo: curso de Redacción Publicitaria. Trabajo: exponer sobre personajes indiferentes a esa ‘disciplina’. Objetivo: aún no lo sé.
La forma en cómo se tenía que presentar era libre. Claro, libertad encerrada en los herméticos cinco minutos.
De mi participación no me acuerdo. Mejor.
Pero la constante es esta: expusimos sobre personajes que desconocemos. ¿Qué encierra eso? La eterna desidia por la investigación. ¿Acaso alguien – aparte de uno o dos compañeros que conozco – ha leído a Arguedas o Vargas Llosa para hablar sobre ellos?
Y desde luego, las palmas se lo llevaron aquellos ‘creativos’ y fieles devotos de Santa Rosa con una parodia digna de un humor atiznado.

Recuerdo cuando Vargas Llosa dudó de su vocación literaria. Fue en San Marcos. Él nos lo recuerda en El pez en el agua. Decía que aquel profesor de diminutas manos y unos encendidos ojos azules, dictaba tan elocuentemente su cátedra sobre Historia que, una vez que se iniciaba su clase, todos creaban imágenes mentales para remontarse algunos siglos atrás y dibujar con las palabras del ilustre profesor sanmarquino. Era Raúl Porras Barrenechea. El escritor entonces se preguntó si quería realmente ser eso: un escritor, o, por el contrario, y atraído por los pasajes de la Historia tan bien contadas por su maestro, un historiador.
A lo que quiero llegar es a esa marca indeleble que dejan las palabras. La influencia que, con el trotar de los años, recibimos y las hacemos nuestras.
A falta de buenos maestros, se busca refugio en los libros. No es gratuito que haya muchos que escogen el camino de la autodidáctica, entonces.
Seguiremos desfilando al frente, tal vez encontremos buenos trabajos en un futuro, nos llenaremos de elogios y dichas, y, dentro de todo, eso es lo que realmente importa ¿no?
¿Cuándo se jodió la universidad, Savalita?

miércoles, agosto 27, 2008

Un cariño usurpado

"Es por eso que te quiere mucho. Su primer hijo se murió y tu asumiste ese querer".
¿Qué pasa por la mente de una madre que ha perdido a su hijo? ¿A dónde va ese cariño acumulado durante nueve meses y que, por las vicisitudes de la historia personal, se lo arrebatan sin aviso? ¿Cuánto dura un cariño muerto? y hasta dónde puede usurpar ese sentimiento estancado en el que viene, en el otro hijo. ¿Se puede lograr el cambio de piel, de ojos, de sonrisa, de, en suma, un nuevo ser?
Como si a costa de un trauma, aquel otro hijo asume la posición del que se fue e inconscientemetne atesora el amor maternal ajeno. Que nunca fue de él.
¿Cómo cargar con un amor que no te pertenece? y hasta que extremo se sigue con desdichas eternas que nos persiguen hasta la muerte.
Mutantes de amor, siguen la senda que la estela espumosa de residuos afectivos dejó un amor original ido.
Ya ni las enfermedades que laceran el cuerpo pasan los límites de la desdicha subyugada de aquel que ha robado un ser, un cariño, que tal vez nunca le perteneció.
Cuando se percibe estas formas de la nada - porque toda usurpación es nadería - se percata entonces de que la vida, en todas sus acepciones, es una mierda que levita con su traje oscuro y su rostro velado.
Orfandad.

viernes, agosto 22, 2008

¿Recuerdo?

Dices que antes te hacía levitar. Que su presencia imponente atenuaba todo problema en casa, en el trabajo, hasta en tu descalificada vida.
Una vez te dormiste en sus sábanas, sin siquiera sentir su brisa como mil agujas que laceran tu cuerpo. Te dormiste al pie de un árbol y quisiste que la vida fuera eterna. Te derpestaste y honraste la vida, glorificaste tus días, te llenaste de júbilo: contemplabas aún el vaivenear de su cuerpo sempiterno.
Sentías un gran respeto, a veces hasta temor. Aquel día, te sumergiste en sus brazos hasta llegar a la calma que reina muy adentro, volteaste y el palpitar de la vida se esfumaba de tus sentidos; como figuras borrosas veías a todos en la lejanía de mil desdichas y, más allá de todo obstáculo que nunca venciste, en ese instante eterno para la memoria, te libraste de todo, venciste todo, te sentiste Dios y Hombre, recuerdo y olvido, felicidad y desdicha, vida y muerte.

miércoles, agosto 13, 2008

Carta a Violeta

Cuando Gustavo Valcárcel escribió Carta a Violeta - su eterna amada - tal vez nunca imaginó el eco sempiterno que, con el trotar de los años, este poema traería.
Resumo el poema:


.
.
.
Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco,
para tanto amor, hemos hablado poco,
para tanto amor, no hemos vivido nada.

Vivir -¿me oyes?- vivir un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos
ni se nos acuse de extranjeros.

Vivir un día nuevo
en el que trabajemos sin lágrimas ni odios
pudiendo sentirnos camaradas de todos
y en el que por fin nos sea devuelto
el Perú de nuestras entrañas, nuestro Perú del llanto.

Vivir -¿me oyes?- vivir un día nuevo
en el que la vergüenza no nos astille el ojo
como cuando se enteran nuestros hijos
de esta paternal orfandad de dos monedas.

Vivir un nuevo día. Un día, en suma,
en el que podamos cantar todos los hombres
después de sentarnos en la yerba
a jugar a la comidita
-como dice nuestra hija-
sin que a nadie le falte qué comer.
.
.
.

viernes, agosto 08, 2008

El compromiso

Para sobrevolar los límites de la subjetividad y la monótona vida de este blog, tal vez el ofrecimiento de algo – llámese interés, curiosidad o cultura – sea el abrigo que nos proteja contra la estupidez extrema. Curiosidad mía que pretendo atomizar y diseminar por las fronteras humanas – siendo el arte lo estrictamente humano –, aunque tenga la certeza de una deshumanización latente que roza los limites de la estulticia.
Es así que procuraré, con el perdón de una ignorancia planetaria, garabatear percepciones sobre el interés personal.
Si asumimos el compromiso consistente de proporcionar algo sin desmayar en el intento, quizá algo irá creándose en nosotros. El mío es un compromiso tenue, pero, a pesar de todo, lo es.
Pero el que se asume como una forma de deposición íntima, de ceguera de éxitos personales, de caravana de hombres felices como fin supremo, de, en suma, la utópica equidad en nuestra condición efímera y humana, sea en realidad el compromiso que pocos, con el trotar de los siglos, han querido dejar; o como bien lo dijo Emmanuel Lévinas “lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre”.

miércoles, julio 02, 2008

...

Hay silencios decidores, silencios que albergan una catacumba de lamentos, otros, por el contrario, dicen del regocijo interior cuando el alma levita.
Pero está aquel que se posa en nosotros sin que lo llamemos y nos cobija sin pensar que nuestro interlocutor está presente esperando un "que tal" "como estás".
Con esto me pregunto si nuestro pensamiento debe estar en función de quienes están con nosotros cuando queramos callar o, simplemente, desinteresarse de aquel para gritar el silencio.

viernes, junio 27, 2008

...

Se sale muchas veces a buscar certezas.
En el camino, éstas se convierten en signo visible de las dudas cargadas de ansiedades. Y la ansiedad presupone una paranoia letal.
Llegando a este estado se encuentra uno con la confabulación tácita del susurro, el discreto murmullo de lo que se dice, los ojos intermitentes que nunca sostienen otra mirada.
Se termina entonces un ciclo de la vida con más dudas que certezas.
Como un animal levitando que no sabe su destino providencialístico, como aquel que nunca se encontró y como aquellos que murieron tratando de buscar respuestas a sus vidas.
Pero cuando algo finaliza se percibe el nacimiento abortivo de ideas incensatas. Y es cuando, al fin y al cabo, siempre se quiere estar al final: muerto.

martes, mayo 27, 2008

La máquina

Recibes un sueldo aceptable, te congratulan por tu pertinente ascenso en la empresa; cada mañana, te bañas y te perfumas con la intención de no contrariar al olor agradable de la empresa donde trabajas.
Se trabaja.
Piensas ahora que los escalones procuran un éxito indescriptible en las organizaciones que te albergan y que te libran de males económicos, criticas a quienes, con su pereza, no logran solventar su rendimiento empresarial ni con las expectativas de la organización.
Te leíste todo los libros de marketeras marcas indelebles, devoraste las interminables hojas de libros de superación personal y te sentiste profundamente realizado de todo obstáculo que deparan los caminos.
Te sumergiste en la atrapadora confabulación de los eternos compromisos enternados y quisiste que todo sea pulcro, diáfano, celestial.
Y yo, con una reminiscencia que trato de llevarlo al recuerdo digo como un poema de Watanabe: el caracol que nos anunció el mar que desconocíamos se ha convertido en cornucopia.

jueves, mayo 22, 2008

Lo que fue.

Tal vez nuestro futuro no es más que un pasado retórico, ya recorrido, que, al volver la vista atrás, contemplamos la estela espumosa de lo que fuimos y lo que nunca más seremos, de nuestra muerte en vida y nuestro destino incierto.
Si con toda la gama de experiencias inmemoriales nos quedamos atenuados por el rasguño de la moral, es cuando se muere para siempre, cuando se come como todos lo días, pero muerto, cuando defecas, pero sin alma, cuando avisoras el mar y ves tinieblas cataratescas de tus ojos desvaídos.
Pero si, a pesar de todo, tratamos de darle un respiro a nuestra insulsa existencia y nos encontramos con todo lo vivido cara a cara, será ahí cuando el dios de las desdichas bendecirá tu puerta cagada de inmoralidades y bañada en oro de la desgracia.
Hay, en todos, un dolor vallejiano que nadie a de palpar. Pero si la estructura de nuestras ánimas se desvincula de la esencia, una vez más, diremos, como un Watanabe aún vivo: a este cadáver le falta alegría.
Y así, el viento es un caballo, míralo como corre por el mar, por el cielo. Neruda.
El caballo galopa contra el viento: el resumen de la vida.
Por lo pronto quiero jugar.
No quiero, eso sí, decir al final de este viaje, como un dolor borgeano, que "mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida. Cumplida no fue su joven voluntad. No fui feliz".

lunes, mayo 19, 2008

Reminiscencias

Sí, ya me lo habías dicho. Hablando de Borges, dijiste que nunca había pensado en ti.
Me increpaste diciendo cómo puede ser que sea más admirador de él que de Cortazar.
En tu mundo genuino y encerrada en una burbuja, te pregunté porqué pensabas así de Borges. “No me preguntes eso” También quise saber sobre las contrariedades con que dices algunas cosas. “En un anfiteatro comenzamos a recitar poesía” ¿Te acuerdas cuando me dijiste eso? ¿Recuerdas aquellos empujones chispeantes de locura con la que algunas veces me contabas de tu desrutinada vida? Claro, ahora te metiste a otra facultad. “Pero literatura ha sido siempre lo tuyo” te dije. “No me preguntes porqué lo hice” tan cortante como navaja criminal fue lo único que escuché.
Cierto día viniste alegre habiendo devorado Residencia en la Tierra. Te comenté sobre lo poco que había leído a Neruda. Pero tu avidez fue la lanza que necesité para encontrarme con algunos poemas.
Recuerdo con un entusiasmo latente lo mucho que me había gustado Cartas a Mamá, pero llegaste siempre tú para contrariarme y decirme que te sedujo mucho El Perseguidor.
También te acuerdas cuando me dijiste con un desprendimiento caribe que a falta de abrazos nunca dados, decidiste abrazar a un árbol y sentirte eternamente querida. Y yo te quise mucho, cómo negarlo, y yo ahora te recuerdo mucho.

miércoles, mayo 14, 2008

El hijonuestro

“Yo quiero rezar a fondo un hijonuestro”
Si con el trotar de los años hemos sostenido el rezar inapelable hacia un dios – llámese Alá, Jesús, Buda, etc – por qué, ahora, la humanidad no puede verter el agua de la fe hacia, no un omnipotente, sino su propio ser: el hombre del hombre.
Por qué no le rezamos a las generaciones que nos precederán, pues, una vez más, ésta se irá dentro de unas décadas dejando el mar quieto y navegador antes que la estela espumosa de dudas y reclamos contra los que dirigen el mundo, la economía, el eclipse ambiental sin remedio para la sobrevivencia, la educación ilusoria que nunca tuvimos, el criterio y la confrontación siempre como abstracciones, nuestra sempiterna desidia como bandera peruana.
La frase con la que empieza este comentario no es mía, sino de Silvio Rodríguez.
Sí, es la abdicación al dios eterno que todo lo puede para confabular entre todos los hombres un porvenir más grato sino a los hijos, a los hijos de nuestros hijos.
Veo, en caso nuestras descendencias mantengan ese espíritu saqueador de la Tierra, que la sepultura se hace más profunda con la lampa dorada que pondrá fin a nuestra existencia.

martes, mayo 13, 2008

Seudocrónica

Fue un día olvidable para el lugar que nos acogió – entre tantos visitantes que abraza, tal vez quede la sospecha de no recordar a nadie –, pero perenne para la memoria sobrecogida de recuerdos, llena de desdichas y desventuras, de complacencia y encanto y, porque no, con ráfagas de alegría.
Tomamos El Huaralino – nuestros magros bolsillos universitarios así nos lo permite – que nos alejó de nuestra Lima la Horrible, como bien diría Sebastián Salazar Bondy, y nos enrumbamos kilómetros hacia el Norte.
El norte, sí, aquella palabra que refleja nuestro sino despresagiado, sin saber lo que nos destinará el azar: ignorando un porvenir errante.
Fue ahí donde nos dirigimos: Chancay, distrito de Huaral, 83 kilómetros tierra al Norte. Claro, tuvimos que flechar Pasamano: aquel serpentín indomable, cerril arenoso que se extiende cuesta arriba, guarida perfecta de donde se avizora el Pacífico, pies siempre besados por aguas indómitas, creador de vértigos alocados, culebra negra y movediza de vista aviónica, derrochador de neblinas fantasmales que, de cuando en cuando, procuran el fin de nuestra existencia.
Por unos minutos, nuestras vidas penden de las manos puestas al timón, brota la duda de saber que tal vez exista una dependencia tácita incluso de la vida más emancipada.
De pronto alguien nos despierta de nuestro aletargamiento reflexivo que nos procuró el mar. “Chancaaay” se escucha.
Bajamos y sentimos que el sol imprudente nos golpea el cuerpo. Cruzamos a la culebra negra e infinita y se acercan los choferes que nos señalan sus motos, autos, ticos, etc… (Los legendarios Castillos de Chancay están a unos pocos minutos de más viaje).
Tomamos una moto – nuestros magros bolsillos universitarios así nos lo permite – y, con una neblina de tierra, nos acercamos hacia los Castillos y las orillas del Pacífico.
Gracias a al bisnieta del virrey Amat, estos Castillos supieron crecer al tiempo, a la naturaleza, a la burocracia.
Sí, aquel Virrey que alguna vez enloqueció por Micaela Villegas, aquella muchachita que, de corta edad, tuvo que cargas con una docena de hermanos al estrado.
Por ratos, al contemplar estos Castillos, se tiene en la memoria no empírica el recuerdo de una época cruda, cargada de asesinatos institucionalizados siempre en nombre de ley religiosa pues por aquellos siglos abrir una puerta profana y distinta al pensamiento eclesiástico era la guillotina aplaudida, la parrillada humana que se festejaba en nombre de fe: la época de las ideas arrodilladas al orden medieval.
Por otros ratos, en cambio, nos recuerdan también a la fidelidad. A ese incondicionable caballero llamado El Cid que guarda una lealtad eterna.
Pagamos el recorrido guiado y subimos la pendiente castillesca para avizorar el mar.
Nos cuentan que estos Castillos han cobrado cierta reputación para los matrimonios.
Quizá exista cierto romanticismo para el ensogamiento al lado de estas torres.
De todas maneras, por estos Castillos de Chancay no debe existir envidia alguna por aquellos monumentos toledanos que reflejan lo vivido muchos siglos remotos.
El guía nos habla sobre la década del 40, tiempo en que se gestaron estas columnas armónicas y orgullo de la ciudad de Chancay.
Nos lleva acaso por recorridos interminables pero que guardan estrechez con lo bello, con lo admirable, con la majestuosidad.
Al salir, contemplamos nuevamente el mar y, como si fuera un acuerdo tácito, nos dirigimos a él.
Tocar sus aguas es tocar Historia.
Elevar el Pacífico entre las manos que se escurren por los dedos es tener el pasado como presente y querer siempre que nunca haya pasado.
Retumba la frase de un historiador que había afirmado: “Después de la Guerra con Chile, el Perú perdió la autoestima de país lleno de esplendor”.
Muchos veraneantes desclavan sus sombrillas para retornar a la rutina, a la monotonía que es la esclavitud de nuestros tiempos. Y, cosa paralela, nosotros, un grupo universitario, volvemos la vista atrás sin querer y nos encaminamos por las huellas dejadas al hacer camino.
Una vez más tomamos una moto – nuestros magros…- que nos lleve a la carretera principal.
Cosa curiosa: viene como agrandándose cada vez más El Huaralino que nos devolverá a Lima, la esperpéntica. Pero acaso la Capital sea una ciudad insustituible.
Paramos, subimos, apresura el rodar de las llantas y nosotros, con el corazón bajo los pies, sentimos, una vez más, el vértigo inmaculado de atravesar a la culebra negra que se mueve serpenteante.

miércoles, mayo 07, 2008

Wilde, más vivo que nunca

En la sección de libros de un supermercado se acerca lentamente un cuerpo tendido al sol: adornado de pecas que invitan al deseo, ojos de laguna provinciana dormida al tiempo, popa pomposa de negra africana, proa cerril cubierto de collares, melena desbordante que galopa al viento y, sin la presunción que le otorgo: mujer crecida de exquisiteces terrenales.
Y viene, se acerca, recorre una mirada desdeñosa sobre los libros que ojeo y sigue…
Se va, y busca perdidamente un objeto, tal vez un libro nuevo, pienso. Repasa la mirada en revistas, encuentra una, coge, lo lleva: Vanidades.
Triste y desilusionado llega como un silbido lejano aquella frase de Oscar Wilde: “Bellas criaturas descerebradas”.

miércoles, abril 23, 2008

Gracias Neruda

Ayer – hacía ya mucho que no ocurría esto – tuve la sospecha de estar desperdiciando el tiempo.
Ocurre que me levanto y me abraza la apatía.
Ocurre que la modorra quiere aún retenerme cuando el almuerzo ya está en la mesa.
Cada acto, entonces, se vuelve de una proeza que ni con todas las fuerzas que no tengo, debo realizar.
Si, ya lo había escuchado: la vida en sí no tiene sentido, eso es inapelable. Pero lo cierto es que el condimento sustancial que le otorgamos hace que adquiera un sentido, pues si no lo tiene: hay que dárselo. ¿Cómo? Teniendo un norte claro y alcanzable.
Pero ayer, al entrar a la universidad, el simple hecho de mostrar mi carné al vigilante –cosa cotidiana, ridícula, monótona- fue toda una hazaña que, siguiendo las creencias religiosas, ya me hubiera ganado el cielo: cuando la desidia no nos suelta, mover el dedo nos parece haberlo ganado todo.
Una vez dentro, por las alternancias de ideas que vienen y fugan, vino una que no pudo haber sido tan oportuno en otro momento.
“Sucede que me canso de ser hombre” fue el latigazo ardiente que vertieron en mis sesos.
“Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra”.
Y Neruda seguía con su WALKING AROUND, aquel poema que nos dibuja a todos en algún instante de nuestra amargura existencia de ser lo que es y no poder pegar el grito de cambiarlo.
“No quiero para mí tantas desgracias” sí, la duda sobre el reflejo del hombre se disipa con ese verso. ¡Cómo nos entendía!
Ayer fue martes. Pero lo sentí más lunes que domingo tal vez por encajar unos versos que siguen del mismo poema:
“Por eso, el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel”
Alguna vez escuché a alguien decir que leía poesía no para sentirse en un estado levitativo o para sosegar el espíritu, sino, y tal vez tenga razón, para desintoxicarse del día a día.
Por comprendernos a pesar de nuestras complejidades y por verter el agua desbendecida que engullimos con placer, gracias Neruda.

martes, abril 22, 2008

La utopía anarquista

Recorriendo librerías sin un cobre en los bolsillos – cosa habitual, casi mecánica – veo que Orhan Pamuk tituló a una de sus obras: Me llamo rojo.
Y como las asociaciones de ideas se cumplen de cuando en cuando, sosteniendo el libro de Pamuk, que tal vez nunca leeré, recordé aquellos fusiles que nos salían como escupitajos a mi padre y a mí por tratar de defender sus posturas.
Al final, e ignorando muchas cosas de lo que seguramente yo haya dicho, él sentenció: “Tu eres rojo”.
Me fui creyendo serlo. Pero al instante me dije que no lo era, tal vez porque no puedo ser algo que desconozco, o acaso ignore minuciosamente la historia como para pretender serlo.
No se puede ser lo que se ignora.
Mucho tiempo después, en otra conversación con un amigo que defendía posturas extremistas pero que me reflejaba el mosaico de pensamientos que el hombre puede tener, dije, quizá de forma irresponsable, ser un anarquista.
Tal vez el agua influyente del anarquismo borgeano discurrió por mis sienes.
Recordé al Borges pequeño cuyo padre lo llevó a la plaza y, señalando a la Iglesia le dijo: Fíjate bien, mira bien esos santuarios, porque dentro de poco ya no lo verás, como tampoco verás eso –el palacio de gobierno –.
Décadas después Borges diría: “Quizás yo sea un tranquilo, silencioso anarquista, que sueña en su casa con que desaparezcan los gobiernos. Descreo de las fronteras, y también de los países, ese mito tan peligroso. Sé que existen y espero que desaparezcan las diferencias angustiosas en el reparto de la riqueza. Ojalá algún día tengamos un mundo sin fronteras y sin injusticias”.
Luego imaginé la vida sin religión, sin gobiernos y, efectivamente, sin fronteras: el idealismo utópico inalcanzable.
Porque los sueños son esas realidades paralelas que mueren al volver a la vida.

viernes, abril 11, 2008

La fertilidad del tiempo

Escribir sobre la cotidianeidad es estrictamente grotesco. O como decía el buen Julio Ramón: “La mayor parte de nuestros actos son inútiles, estériles”.
Entonces, si la trivialidad acompaña nuestros días, no somos más que entes expulsadores de vanalidades que a nadie importa.
Nuestros actos, monocorde a las minucias efímeras –como diría Borges – de nuestras palabras, multiplica la sensación de desperdicio alargado que nos aqueja.
Pero, para no caer en la desgracia del ateismo que es la creencia de no creer en nada y tener como abanderada a la esperanza levitadora, tal vez nuestros únicos actos fecundos, como ya lo dijo Ribeyro, son las horas empleadas en leer o escribir un libro.

jueves, abril 10, 2008

El autómata

Soy un autómata. El envolvente estado de putrefacción mental que me aqueja me lleva a efectos nefastos como ese. Claro, la plural y conspiratoria gama de sucesiones hacia el olvido neuronal y crítico tienen peso propio. De repente busco trabajo. Lo encuentro. Sobrevivo. Me vuelvo en una máquina que aún no fabrican. Y todo se vuelve sistemático, monótono, trivial, o tal vez netamente humano pues de nosotros todo se espera. Nadie te pide que pienses: no genera ingresos.

La utopía letraica

Topo por las calles con dos absortos lectores de Borges. Me dice mucho. Usual es no tener nada entre las manos sino periódicos. Ficciones sostenía uno, El Aleph, abrazaba el otro. Esas imágenes gratificantes se asoman de cuando en cuando para engañarme a jugar. Jugar que somos lectores empecinados sin otras ganas más que la de hermetizarse en la historia de un libro. Jugar a la reminiscencia de lo trivial y el recuerdo hechicero de la cultura, a la comidita con grasa copiosa que nadie prueba y experimentar la penitencia libresca que a todos nos vuelve tísicos. Jugar a vivir en un mundo hipotético donde todos somos realmente humanos.