martes, mayo 27, 2008

La máquina

Recibes un sueldo aceptable, te congratulan por tu pertinente ascenso en la empresa; cada mañana, te bañas y te perfumas con la intención de no contrariar al olor agradable de la empresa donde trabajas.
Se trabaja.
Piensas ahora que los escalones procuran un éxito indescriptible en las organizaciones que te albergan y que te libran de males económicos, criticas a quienes, con su pereza, no logran solventar su rendimiento empresarial ni con las expectativas de la organización.
Te leíste todo los libros de marketeras marcas indelebles, devoraste las interminables hojas de libros de superación personal y te sentiste profundamente realizado de todo obstáculo que deparan los caminos.
Te sumergiste en la atrapadora confabulación de los eternos compromisos enternados y quisiste que todo sea pulcro, diáfano, celestial.
Y yo, con una reminiscencia que trato de llevarlo al recuerdo digo como un poema de Watanabe: el caracol que nos anunció el mar que desconocíamos se ha convertido en cornucopia.

jueves, mayo 22, 2008

Lo que fue.

Tal vez nuestro futuro no es más que un pasado retórico, ya recorrido, que, al volver la vista atrás, contemplamos la estela espumosa de lo que fuimos y lo que nunca más seremos, de nuestra muerte en vida y nuestro destino incierto.
Si con toda la gama de experiencias inmemoriales nos quedamos atenuados por el rasguño de la moral, es cuando se muere para siempre, cuando se come como todos lo días, pero muerto, cuando defecas, pero sin alma, cuando avisoras el mar y ves tinieblas cataratescas de tus ojos desvaídos.
Pero si, a pesar de todo, tratamos de darle un respiro a nuestra insulsa existencia y nos encontramos con todo lo vivido cara a cara, será ahí cuando el dios de las desdichas bendecirá tu puerta cagada de inmoralidades y bañada en oro de la desgracia.
Hay, en todos, un dolor vallejiano que nadie a de palpar. Pero si la estructura de nuestras ánimas se desvincula de la esencia, una vez más, diremos, como un Watanabe aún vivo: a este cadáver le falta alegría.
Y así, el viento es un caballo, míralo como corre por el mar, por el cielo. Neruda.
El caballo galopa contra el viento: el resumen de la vida.
Por lo pronto quiero jugar.
No quiero, eso sí, decir al final de este viaje, como un dolor borgeano, que "mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida. Cumplida no fue su joven voluntad. No fui feliz".

lunes, mayo 19, 2008

Reminiscencias

Sí, ya me lo habías dicho. Hablando de Borges, dijiste que nunca había pensado en ti.
Me increpaste diciendo cómo puede ser que sea más admirador de él que de Cortazar.
En tu mundo genuino y encerrada en una burbuja, te pregunté porqué pensabas así de Borges. “No me preguntes eso” También quise saber sobre las contrariedades con que dices algunas cosas. “En un anfiteatro comenzamos a recitar poesía” ¿Te acuerdas cuando me dijiste eso? ¿Recuerdas aquellos empujones chispeantes de locura con la que algunas veces me contabas de tu desrutinada vida? Claro, ahora te metiste a otra facultad. “Pero literatura ha sido siempre lo tuyo” te dije. “No me preguntes porqué lo hice” tan cortante como navaja criminal fue lo único que escuché.
Cierto día viniste alegre habiendo devorado Residencia en la Tierra. Te comenté sobre lo poco que había leído a Neruda. Pero tu avidez fue la lanza que necesité para encontrarme con algunos poemas.
Recuerdo con un entusiasmo latente lo mucho que me había gustado Cartas a Mamá, pero llegaste siempre tú para contrariarme y decirme que te sedujo mucho El Perseguidor.
También te acuerdas cuando me dijiste con un desprendimiento caribe que a falta de abrazos nunca dados, decidiste abrazar a un árbol y sentirte eternamente querida. Y yo te quise mucho, cómo negarlo, y yo ahora te recuerdo mucho.

miércoles, mayo 14, 2008

El hijonuestro

“Yo quiero rezar a fondo un hijonuestro”
Si con el trotar de los años hemos sostenido el rezar inapelable hacia un dios – llámese Alá, Jesús, Buda, etc – por qué, ahora, la humanidad no puede verter el agua de la fe hacia, no un omnipotente, sino su propio ser: el hombre del hombre.
Por qué no le rezamos a las generaciones que nos precederán, pues, una vez más, ésta se irá dentro de unas décadas dejando el mar quieto y navegador antes que la estela espumosa de dudas y reclamos contra los que dirigen el mundo, la economía, el eclipse ambiental sin remedio para la sobrevivencia, la educación ilusoria que nunca tuvimos, el criterio y la confrontación siempre como abstracciones, nuestra sempiterna desidia como bandera peruana.
La frase con la que empieza este comentario no es mía, sino de Silvio Rodríguez.
Sí, es la abdicación al dios eterno que todo lo puede para confabular entre todos los hombres un porvenir más grato sino a los hijos, a los hijos de nuestros hijos.
Veo, en caso nuestras descendencias mantengan ese espíritu saqueador de la Tierra, que la sepultura se hace más profunda con la lampa dorada que pondrá fin a nuestra existencia.

martes, mayo 13, 2008

Seudocrónica

Fue un día olvidable para el lugar que nos acogió – entre tantos visitantes que abraza, tal vez quede la sospecha de no recordar a nadie –, pero perenne para la memoria sobrecogida de recuerdos, llena de desdichas y desventuras, de complacencia y encanto y, porque no, con ráfagas de alegría.
Tomamos El Huaralino – nuestros magros bolsillos universitarios así nos lo permite – que nos alejó de nuestra Lima la Horrible, como bien diría Sebastián Salazar Bondy, y nos enrumbamos kilómetros hacia el Norte.
El norte, sí, aquella palabra que refleja nuestro sino despresagiado, sin saber lo que nos destinará el azar: ignorando un porvenir errante.
Fue ahí donde nos dirigimos: Chancay, distrito de Huaral, 83 kilómetros tierra al Norte. Claro, tuvimos que flechar Pasamano: aquel serpentín indomable, cerril arenoso que se extiende cuesta arriba, guarida perfecta de donde se avizora el Pacífico, pies siempre besados por aguas indómitas, creador de vértigos alocados, culebra negra y movediza de vista aviónica, derrochador de neblinas fantasmales que, de cuando en cuando, procuran el fin de nuestra existencia.
Por unos minutos, nuestras vidas penden de las manos puestas al timón, brota la duda de saber que tal vez exista una dependencia tácita incluso de la vida más emancipada.
De pronto alguien nos despierta de nuestro aletargamiento reflexivo que nos procuró el mar. “Chancaaay” se escucha.
Bajamos y sentimos que el sol imprudente nos golpea el cuerpo. Cruzamos a la culebra negra e infinita y se acercan los choferes que nos señalan sus motos, autos, ticos, etc… (Los legendarios Castillos de Chancay están a unos pocos minutos de más viaje).
Tomamos una moto – nuestros magros bolsillos universitarios así nos lo permite – y, con una neblina de tierra, nos acercamos hacia los Castillos y las orillas del Pacífico.
Gracias a al bisnieta del virrey Amat, estos Castillos supieron crecer al tiempo, a la naturaleza, a la burocracia.
Sí, aquel Virrey que alguna vez enloqueció por Micaela Villegas, aquella muchachita que, de corta edad, tuvo que cargas con una docena de hermanos al estrado.
Por ratos, al contemplar estos Castillos, se tiene en la memoria no empírica el recuerdo de una época cruda, cargada de asesinatos institucionalizados siempre en nombre de ley religiosa pues por aquellos siglos abrir una puerta profana y distinta al pensamiento eclesiástico era la guillotina aplaudida, la parrillada humana que se festejaba en nombre de fe: la época de las ideas arrodilladas al orden medieval.
Por otros ratos, en cambio, nos recuerdan también a la fidelidad. A ese incondicionable caballero llamado El Cid que guarda una lealtad eterna.
Pagamos el recorrido guiado y subimos la pendiente castillesca para avizorar el mar.
Nos cuentan que estos Castillos han cobrado cierta reputación para los matrimonios.
Quizá exista cierto romanticismo para el ensogamiento al lado de estas torres.
De todas maneras, por estos Castillos de Chancay no debe existir envidia alguna por aquellos monumentos toledanos que reflejan lo vivido muchos siglos remotos.
El guía nos habla sobre la década del 40, tiempo en que se gestaron estas columnas armónicas y orgullo de la ciudad de Chancay.
Nos lleva acaso por recorridos interminables pero que guardan estrechez con lo bello, con lo admirable, con la majestuosidad.
Al salir, contemplamos nuevamente el mar y, como si fuera un acuerdo tácito, nos dirigimos a él.
Tocar sus aguas es tocar Historia.
Elevar el Pacífico entre las manos que se escurren por los dedos es tener el pasado como presente y querer siempre que nunca haya pasado.
Retumba la frase de un historiador que había afirmado: “Después de la Guerra con Chile, el Perú perdió la autoestima de país lleno de esplendor”.
Muchos veraneantes desclavan sus sombrillas para retornar a la rutina, a la monotonía que es la esclavitud de nuestros tiempos. Y, cosa paralela, nosotros, un grupo universitario, volvemos la vista atrás sin querer y nos encaminamos por las huellas dejadas al hacer camino.
Una vez más tomamos una moto – nuestros magros…- que nos lleve a la carretera principal.
Cosa curiosa: viene como agrandándose cada vez más El Huaralino que nos devolverá a Lima, la esperpéntica. Pero acaso la Capital sea una ciudad insustituible.
Paramos, subimos, apresura el rodar de las llantas y nosotros, con el corazón bajo los pies, sentimos, una vez más, el vértigo inmaculado de atravesar a la culebra negra que se mueve serpenteante.

miércoles, mayo 07, 2008

Wilde, más vivo que nunca

En la sección de libros de un supermercado se acerca lentamente un cuerpo tendido al sol: adornado de pecas que invitan al deseo, ojos de laguna provinciana dormida al tiempo, popa pomposa de negra africana, proa cerril cubierto de collares, melena desbordante que galopa al viento y, sin la presunción que le otorgo: mujer crecida de exquisiteces terrenales.
Y viene, se acerca, recorre una mirada desdeñosa sobre los libros que ojeo y sigue…
Se va, y busca perdidamente un objeto, tal vez un libro nuevo, pienso. Repasa la mirada en revistas, encuentra una, coge, lo lleva: Vanidades.
Triste y desilusionado llega como un silbido lejano aquella frase de Oscar Wilde: “Bellas criaturas descerebradas”.