viernes, septiembre 26, 2008

Los misiles...

Las palabras son misiles que van a parar a las sienes. No matan; destruyen.
Algunas se pueden recoger del polvo de un libro; otras, de quienes incluso no sospechábamos idea genuina, o frase loable.

Aquellas que se dicen desde la recóndita honestidad, desde los tugurios del alma o acaso desde el vaho humeante de nuestras entrañas y visceras, son - y siempre han sido - las que se llevan en la memoria como tinta indeleble. ¡Vaya uno a saber hasta cuándo!

Recuerdo cuando un profesor a veces se ufanaba de las curiosidades que tenía: lap top, un 4x4, teléfonos que me sorprendían no por su sofisticación sino tal vez por saber que se están creando una estela de aparatos que no necesitamos.
Cierto día, este profesor, abanderado de la humildad, en una pregunta que le hicieron y que, inexorablemente, lo llevó a recorrer pasajes de su infancia, se paró y, mirándonos a todos dijo, ya como un hábito, todo lo que poseía. Pero este regreso a la infancia hizo que viera, acaso solo por esa vez, cuánto había cambiado.

"Y, a pesar de todo, a pesar de tenerlo todo. De todas las exquisisteces y comodidades que me brinda el bienestar económico, creo que los mejores momentos de mi vida transcurrieron en las pampas de la serranía donde tenía toda la libertad de correr a mis anchas, quizá aquellos tiempos fueron los más felices de mi vida".

lunes, septiembre 22, 2008

No son solo niños...

Y Paco seguirá llorando. Humberto, también, seguirá gritando, pregonando, aullando que su padre lo puede todo, porque todo lo tiene: el dinero.
Y da ganas de decirle a Paco: Paco, carajo, levántate y sácale la mierda. No te dejes maniatar. Pero Paco, ¡ay' seguirá llorando.

Y llora por las injusticias del niño Humberto. Por los ojos descoloridos por la tristeza, por el miedo, por el dinero que envuelve a los Greeve en una arrogancia inefable.

Retumba en la mente: Paco somos todos. Como un eco eterno Vallejiano que nos habla desde el Mountrouge. No, no lo traigan. Que se quede para siempre allá, ¿aquí? ¿para qué? si solo encontró desdichas y engaños en esta Lima la horrible.

El niño Greeve es un sistema. ¡Cómo negarlo! En la constancia del sometimiento hacia el débil, hacia Paco, el niño Greeve no es un niño, sino una creación del poder, un instrumento de saciar, con perjuicios regados, el Yo y el solamente Yo.
Fariña, en sus insistencias de animar a que se defienda Paco, acaso encuentre la vejación sin remedo de la creación de la arrogancia.

Ni Dios, si acaso existe, puede remolinar a Paco y a Humberto juntos, como dos hermanitos. Pero tal vez quede la sospecha de saber que Dios es el viento que nos empujará hacia un porvenir incierto, abismal, pero dichoso.

jueves, septiembre 11, 2008

Impresiones

Presentaciones sobre personajes que hicieron Historia.
Los chicos desfilaban al frente para introducir sus mp3 y presentar sus “exposiciones”.
El parámetro impuesto por el ‘profesor’ me pareció, desde un inicio, injusto.
Y él, como imagen, un ocaso, un tenue discurrir sobre naderías.
“En este curso quiero que se relajen, que se vacilen”. Ahí se suicidó.
¿Presentar a hombres tan nobles como Carrión, Vargas Llosa (como escritor), y a José María Arguedas y, desde mi otro extremo – el Catolicismo – a esos santos venerados como San Martín y Santa Rosa en cinco efímeros minutos? Bueno, ustedes dirán, pero era para perder ‘el miedo escénico’.

Para aquel que ignora lo que estoy escribiendo, resumo: curso de Redacción Publicitaria. Trabajo: exponer sobre personajes indiferentes a esa ‘disciplina’. Objetivo: aún no lo sé.
La forma en cómo se tenía que presentar era libre. Claro, libertad encerrada en los herméticos cinco minutos.
De mi participación no me acuerdo. Mejor.
Pero la constante es esta: expusimos sobre personajes que desconocemos. ¿Qué encierra eso? La eterna desidia por la investigación. ¿Acaso alguien – aparte de uno o dos compañeros que conozco – ha leído a Arguedas o Vargas Llosa para hablar sobre ellos?
Y desde luego, las palmas se lo llevaron aquellos ‘creativos’ y fieles devotos de Santa Rosa con una parodia digna de un humor atiznado.

Recuerdo cuando Vargas Llosa dudó de su vocación literaria. Fue en San Marcos. Él nos lo recuerda en El pez en el agua. Decía que aquel profesor de diminutas manos y unos encendidos ojos azules, dictaba tan elocuentemente su cátedra sobre Historia que, una vez que se iniciaba su clase, todos creaban imágenes mentales para remontarse algunos siglos atrás y dibujar con las palabras del ilustre profesor sanmarquino. Era Raúl Porras Barrenechea. El escritor entonces se preguntó si quería realmente ser eso: un escritor, o, por el contrario, y atraído por los pasajes de la Historia tan bien contadas por su maestro, un historiador.
A lo que quiero llegar es a esa marca indeleble que dejan las palabras. La influencia que, con el trotar de los años, recibimos y las hacemos nuestras.
A falta de buenos maestros, se busca refugio en los libros. No es gratuito que haya muchos que escogen el camino de la autodidáctica, entonces.
Seguiremos desfilando al frente, tal vez encontremos buenos trabajos en un futuro, nos llenaremos de elogios y dichas, y, dentro de todo, eso es lo que realmente importa ¿no?
¿Cuándo se jodió la universidad, Savalita?