sábado, marzo 20, 2010

Diatriba contra mi hermano próspero (José Watanabe)

Mi hermano el próspero
sumergido en su sofá versallesco
preludia
como elefante en suave regocijo
su siesta.
Mira el mar en la falsa profundidad de la pecera
y organiza la tarde como si fuera un negocio.
Sólo oigo girar la rueda de la fortuna
cuando me acerco sigiloso para mirar a través de su ojo
y el caracol que nos anunció el mar que desconocíamos
se ha convertido
en cornucopia.
Lo rodea un aire robusto, un aire de torre gorda
y menos que gusano soy
ante la concurrencia de parientes y público en general.

A veces pienso en mi padre
que nos aguarda a todos entre la niebla
bebiendo el licor de las botellas vacías,
seguro se alegra
seguro me invita un trago
si le arribo sin chequera
y de todos el más escaldado.

jueves, marzo 18, 2010

El guardián del hielo (José Watanabe)

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil

Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.

sábado, marzo 13, 2010

Confesiones

Con el paso de los meses descubro que no he hecho nada, que de nada me servió la renuncia a la Casa de la Literatura y que la mentira me ha acompañado en estos días nefastos, crueles, olvidales y pasajeros. Cuando decidí escribir de cuando en cuando en este espacio lo que pretendí era dejar una huella que acaso para mi memoria obtusa tenga dificultades cuando me coja la nostalgia y no sepa qué recordar o, quizá para decir algo, tendría que refugiarme en un cinismo más. La mentira, sí. Tal vez sirvió para calmar unos ánimos embravecidos que quise nunca despertarlos. Y lo conseguí. Entonces los días transcurrieron sin que nadie se enterara de las visitas nocturnas, de las salidas desesperadas, de las presiones económicas que me cercaron sin que llegaran a dejarme sin aliento. Porque salí, como salí triunfal de dificultades anteriores sin despertar una mirada celosa, sin que nadie pegara el grito.

Y me reconforta saber que sigo en andadas que solo a mí me perjudican. Y que, como diría Ribeyro, el dolor aguza también el ingenio, cuando no mata. Y me reconforta también que no estoy muerto y que el ingenio y las ideas deben brotar como un batir alas de donde, por fin, tenga un norte claro y alcanzable, querible y anhelado, sacrificado y riguroso. Es ahí a donde apunto. Y es ahí donde el hecho de estar en una universidad no me va conducir. Porque descubro también con mayor certeza por estos días azules y este sol de la infancia - perdón, a veces viene Machado con sus últimos versos en su chaqueta - que todo lo aprendido en una escuela de Comunicaciones no será más que una suma de conceptos para dar un examen, para verse en el siguiente ciclo salvo y aprobado, para verse, una vez con los pies fuera de la guarida académica, con el cerebro limpio y celestial de cinco años cargados de naderías. La modorra y la indolencia, convertidas en pantallas donde la tertulia cibernética es la bandera de esta generación y los libros simples objetos que nos recuerdan al tedio, han confabulado para que la cultura sea un anacronismo, sea una malhumorada profesora de colegio, una vieja pidiendo limosna en la calle por donde pasamos con los emepetrés a todo volumen, desdeñándola, marginándola, ignorándola.

Me preocupa pensar en el periodismo. Pero, para ser más honestos, diré que esa preocupación es un eufemismo que se refugia en el temor. Sí. Porque ese oficio más hermoso del mundo -Gabo dixit- se emparenta con el riesgo, con la bravura de una marea donde debemos ser salmones que nadan a contracorriente. Por mi carácter a veces hosco e irascible debo admitir que el costo de mantenerme firme en el periodismo será doble, acaso por la dispersión y la falta de continuidad. Pero este oficio implica la temeridad puesta al servicio de la verdad y la necesidad de expresarlo todo, contarlo todo, leerlo todo. Es mi terapia, diría Woody Allen durante el rodaje de su película, cuando éstá en su elemento; es mi terapia, repito yo -cuando escribo, cuando, por unos instantes, soy irremplazable - al garabatear estas ideas que solo expresan confesiones de alguien que sigue el la búsqueda de aquella cosa inalcanzable y escurridiza: la felicidad.

viernes, marzo 05, 2010

La infelicidad absoluta

Bueno, al parecer son etapas de una vida que se va descartando, tratando de hacer olvidable y borrable lo que sé que será imposible de sacar de la memoria. Son pasajes. Somos pasajeros efímeros y, como bien lo dijo Fernando de Szyszlo, tenemos esa monstruosidad llamada memoria y nos sabemos y reconocemos de nuestra condición fugaz y, por desgracia, guardamos secretamente la idea de la muerte, a pesar de algunos.

Creo salir de un problema. Pero, ¿qué es un problema? No. No creo que sea lo que los falsos optimistas afirman al decir que es una oportunidad para el existo; no, esas son miserias de frases para levantar a las mentes caídas que la realidad misma va atenuando. Un problema, dificultad o lo que fuera no es más que la necesidad de estar en ello. Porque, ¿cómo conoceríamos la tranquilidad sin antes haber conocido las cargas de la desgracia? Entonces es una etapa, un pasaje hacia un paradero donde, a pesar nuestro, debemos bajarnos. Una parada inútil para algunos, reconfortable para otros, pero indispensable para todos.

Pero la peor desgracia no es haber caído. No, ahora me doy cuenta de que esa parada es solo una suerte de saber quienes están en tu móvil, en tu agenda, en tu lista de contactos para contarlo todo, soltarlo todo, moquear con alguien... y, si no hay quien secretea tus confesiones banales y anodinas, entonces la infelicidad ha tocado tu piel, la desgracia absoluta se sentó en tu puerta. Entonces la muerte es una puta sidosa que te espera con las puertas abiertas; la amistad, simple palabra abstracta; los libros, puertos sin agua...
Es cuando, al fin, te descubres muerto, a pesar de ti.

Amén.