viernes, septiembre 26, 2008

Los misiles...

Las palabras son misiles que van a parar a las sienes. No matan; destruyen.
Algunas se pueden recoger del polvo de un libro; otras, de quienes incluso no sospechábamos idea genuina, o frase loable.

Aquellas que se dicen desde la recóndita honestidad, desde los tugurios del alma o acaso desde el vaho humeante de nuestras entrañas y visceras, son - y siempre han sido - las que se llevan en la memoria como tinta indeleble. ¡Vaya uno a saber hasta cuándo!

Recuerdo cuando un profesor a veces se ufanaba de las curiosidades que tenía: lap top, un 4x4, teléfonos que me sorprendían no por su sofisticación sino tal vez por saber que se están creando una estela de aparatos que no necesitamos.
Cierto día, este profesor, abanderado de la humildad, en una pregunta que le hicieron y que, inexorablemente, lo llevó a recorrer pasajes de su infancia, se paró y, mirándonos a todos dijo, ya como un hábito, todo lo que poseía. Pero este regreso a la infancia hizo que viera, acaso solo por esa vez, cuánto había cambiado.

"Y, a pesar de todo, a pesar de tenerlo todo. De todas las exquisisteces y comodidades que me brinda el bienestar económico, creo que los mejores momentos de mi vida transcurrieron en las pampas de la serranía donde tenía toda la libertad de correr a mis anchas, quizá aquellos tiempos fueron los más felices de mi vida".