lunes, diciembre 14, 2009

Carta a Violeta (Gustavo Valcárcel)

La tentación de copiar un poema, un pequeño verso, de ojearlo y haber querido escribirlo tal como está, siempre encerrará los misterios de la genialidad que tocó las fibras de su autor. Quiero transcribir, por eso, unos cuantos versos que me robé de Gustavo Valcárcel quien dedicó este poema desgarradoramente bello a Violeta, su amada. O, en palabras más dignas que rescatan la esencia de este poema, dedicado a su esposa González Vigil sostiene que "quizás por ellos las páginas más notables de Valcárcel estén dedicadas al amor, sobre todo a su esposa Violeta Carnero, compañera ejemplar, verdadero pilar de su existencia".


Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco,
para tanto amor, hemos hablado poco,
para tanto amor, no hemos vivido nada.

Vivir -¿me oyes?- vivir un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos
ni se nos acuse de extranjeros.

Vivir un día nuevo
en el que trabajemos sin lágrimas ni odios
pudiendo sentirnos camaradas de todos
y en el que por fin nos sea devuelto
el Perú de nuestras entrañas, nuestro Perú del llanto.

Vivir -¿me oyes?- vivir un día nuevo
en el que la vergüenza no nos astille el ojo
como cuando se enteran nuestros hijos
de esta paternal orfandad de dos monedas.

Vivir un nuevo día. Un día, en suma,
en el que podamos cantar todos los hombres
después de sentarnos en la yerba
a jugar a la comidita
-como dice nuestra hija-
sin que a nadie le falte de comer.

En busca del paraíso

Habrá límites para la tenacidad femenina? ¿cómo se construye el carácter si, en tiempos medievales del pensamiento y la condición de domesticación de género, hacen del temperamento un fin inalcanzable para la mujer?
Y tal vez sea esa la causa que don Alberto Sánchez tituló "Una mujer sola contra el mundo".
Pero el libro al cual nos abocaremos es aquel que tanto la abuela Flora como su nieto Paul Gauguín, buscan, en las rendijas de la memoria cuando encuentran instantes de mirar hacia adentro, el Paraíso. Aquel juego que de pequeños ambos, en distintas épocas y lugares -Flora en Paris; Paul en la lejana Arequipa- jugaban preguntando si aquí está el Paraíso.

Metáfora con púa, metáfora que lleva veneno en el dardo que recorre las vicisitudes de vidas tan distintas e iguales a la vez.
El paraíso en la otra esquina. Sí, siempre en la otra esquina. Flora Tristán buscándolo siempre con la Unión Obrera en mano, pensando que al instruir al pueblo, éste redimirá su esclavitud salarial y opresora. De todos sus recorridos para la emancipación de la mujer del yugo matrimonial, acaso fue Peregrinaciones de una Paria la mejor carrera que su voz y su testimonio para un futuro de igualdad y respeto ante la ley, pudo haber legado.
Es que Flora comenzó su travesía tan larga e ingrata de abolir la injusticia y salvar a la humanidad de la opresión burguesa, cuando despertó a las cuatro de la mañana y se dijo: "Hoy comienzas a cambiar el mundo, florita". Y así comienza Vargas Llosa a sacarnos de éste para volver con la imaginación al mundo de aquel siglo.
Así eran aquellos años en los que Flora recorría toda Francia con la prédica que formaba comités, y con las desventuras que éstas la deparaba.

Paul Gauguín, muchos años después, trató de conseguirlo regresando al estado primitivo y libre que la occidentalización aún no había rozado.
Creía que el Paraíso se encontraba allí donde la libertad asoma sus virtudes y deja a los habitantes de Tahití la felicidad de no verse todavía invadidos por otras culturas.
Ya en sus agonías -pues no solo tuvo una vida, sino muchas- Paul se verá cuando allá en Arequipa, en casa de su tío-abuelo Pío Tristán, jugaba a buscar el Paraíso.
Tal vez lo encontró o creyó encontrarlo pues, después de todo, la memoria rinde homenajes por la belleza artística de pureza marquesana.

Flora odiaba la sumisión que las mujeres tenían como carácter. Por eso, y por las leyes de aquel siglo, estaba sola. Sola contra el mundo que miraba como una rara aviz a esta mujer de ojos profundos que contribuyó al rescate del carácter femenino y la eliminación de la esclavitud laboral de los obreros. Siempre en la otra esquina, Florita, siempre.