lunes, diciembre 14, 2009

En busca del paraíso

Habrá límites para la tenacidad femenina? ¿cómo se construye el carácter si, en tiempos medievales del pensamiento y la condición de domesticación de género, hacen del temperamento un fin inalcanzable para la mujer?
Y tal vez sea esa la causa que don Alberto Sánchez tituló "Una mujer sola contra el mundo".
Pero el libro al cual nos abocaremos es aquel que tanto la abuela Flora como su nieto Paul Gauguín, buscan, en las rendijas de la memoria cuando encuentran instantes de mirar hacia adentro, el Paraíso. Aquel juego que de pequeños ambos, en distintas épocas y lugares -Flora en Paris; Paul en la lejana Arequipa- jugaban preguntando si aquí está el Paraíso.

Metáfora con púa, metáfora que lleva veneno en el dardo que recorre las vicisitudes de vidas tan distintas e iguales a la vez.
El paraíso en la otra esquina. Sí, siempre en la otra esquina. Flora Tristán buscándolo siempre con la Unión Obrera en mano, pensando que al instruir al pueblo, éste redimirá su esclavitud salarial y opresora. De todos sus recorridos para la emancipación de la mujer del yugo matrimonial, acaso fue Peregrinaciones de una Paria la mejor carrera que su voz y su testimonio para un futuro de igualdad y respeto ante la ley, pudo haber legado.
Es que Flora comenzó su travesía tan larga e ingrata de abolir la injusticia y salvar a la humanidad de la opresión burguesa, cuando despertó a las cuatro de la mañana y se dijo: "Hoy comienzas a cambiar el mundo, florita". Y así comienza Vargas Llosa a sacarnos de éste para volver con la imaginación al mundo de aquel siglo.
Así eran aquellos años en los que Flora recorría toda Francia con la prédica que formaba comités, y con las desventuras que éstas la deparaba.

Paul Gauguín, muchos años después, trató de conseguirlo regresando al estado primitivo y libre que la occidentalización aún no había rozado.
Creía que el Paraíso se encontraba allí donde la libertad asoma sus virtudes y deja a los habitantes de Tahití la felicidad de no verse todavía invadidos por otras culturas.
Ya en sus agonías -pues no solo tuvo una vida, sino muchas- Paul se verá cuando allá en Arequipa, en casa de su tío-abuelo Pío Tristán, jugaba a buscar el Paraíso.
Tal vez lo encontró o creyó encontrarlo pues, después de todo, la memoria rinde homenajes por la belleza artística de pureza marquesana.

Flora odiaba la sumisión que las mujeres tenían como carácter. Por eso, y por las leyes de aquel siglo, estaba sola. Sola contra el mundo que miraba como una rara aviz a esta mujer de ojos profundos que contribuyó al rescate del carácter femenino y la eliminación de la esclavitud laboral de los obreros. Siempre en la otra esquina, Florita, siempre.

No hay comentarios: