miércoles, octubre 15, 2008

El azar y la constancia

La profesora de baile ha tenido la prudencia para no renunciar y la constancia para saber que de su trabajo, de su obra, de su incesante cariño hacia esos mocosos de dos y tres años puede verse reflejado su arte.

Frente a mi casa, ella ha tenido la infinita paciencia para no declinar cuando los mocosos tuvieron las solemnes ganas de no bailar en todo el cuerpo. (Martín Adán, dixit).
Sin embargo, ella siguió allí, acaso para mí con unos pasos tan ridículos como inútiles pero que al perfeccionarlos día a día se moldea como la obra va tomando forma.
Como la forma que toma el barro para convertirse en olla, vaso, en algo útil que surgió de la nada.

Por eso, ver a esos pequeños que bailan – algunos con desgano, otros con entusiasmo – debe ser tan gratificante para ella como el dinero para el corredor de bolsas.
Ahora que es el aniversario de ese colegio de puros ratones veo que han traído un parlante para el gran acto.

Todos estos meses de trabajo deben reflejarse al fin en un baile de tan solo unos minutos.
Ponen la música, terrible por cierto, y los escaldados comienzan a bailar. La profesora, a un lado, se muestra complacida por el entusiasmo que le ponen, mira a cada uno y su rostro dibuja el regocijo de la realización, la dicha del trabajo bien hecho, la sonrisa de sentir que fue ella la del empeño.
Percibo que, sea cual fuere el resultado, nuestros talentos deben flotar como la botella en el mar infinito, claro, con esa infinita constancia que solo agrega la disciplina.

Preguntarán: ¿Y si, a pesar de todo, no se consigue el reconocimiento de debería tener? Como diría Constantino Carvallo, el mejor reconocimiento es el mismo hecho de haberlo dejado todo.
Pero ahí viene la bronca de la derrota, la ira de saber que robamos horas a la noche y no verse reflejado en el resultado. Por eso, tal vez el azar venga levitando desde lejanos pueblos a posarse en algunos de nosotros. Acaso por eso Borges decía: “El azar dice que soy un escritor importante”.