miércoles, noviembre 19, 2008

De vuelta...

De pronto descubres lo mucho que has cambiado.
Los domingos por la tarde ya no tendrás una mano regordeta y protectora para guiarte a donde tú lo deseabas. Hubieras deseado que el tiempo no rozara tus días, que el tronar incesante de las horas no dibujara tu rostro, que las bondades que veías en todos fuera cierto, que la utópica armonía de la vida hubiera sido de verdad. Te sientas en tu cama, desempolvas algunos recuerdos de la memoria y, acaso porque escuchaste una canción o el olor de alguien te recordó a alguien más, o fue tal vez una palabra, una imagen, el pasaje de una novela, un cuento…y de pronto te ves sumergido en recuerdos.

Ves a la abuela y le agradeces infinitamente. Tu vida se sostiene sobre el cariño y la rigidez de su carácter. El quechua que te hablaba y que entendías de a pocos, los mandatos que obedecías malamente, porque nunca fuiste muy obediente, la poesía que alguna vez le dedicaste, el aguacero del que te protegía, las tardes eternas en los andes que siempre amaste, el miedo que sentías al rugir de los truenos, los rayos y los palos que te caían por alguna malcriadez.

No deseas recordar más porque te acuerdas de lo que decían las mamachas: si te ves recorriendo todo lo que has vivido es porque te va a llegar la muerte. Había poesía en mucho de lo que decían. Pero eso es un pretexto. No quieres seguir sentado en la avenida del pasado porque te percatas que estás siempre en el carro del constante presente que tampoco existe porque no es más que el desvanecimiento incesante de los días.
Pero no quieres seguir porque descubres lo mucho que has cambiado y la dicha que antes tenías es la felicidad que ahora tienes como abstracción.