viernes, diciembre 19, 2008

El camino a Damasco

Miles de proyectos en la testa. Pensando en las infinitas ocurrencias que a lo largo de la vida soplaron y se arrinconaron en mi mente, percibo que la distancia entre los que logran sus hazañas personales y los que no lo alcanzan está no en aquello que muchos llaman eufemísticamente el ‘motor de la vida’ a la motivación, tampoco en la perseverancia, aunque mucho piensen lo contrario. Creo, de modo empírico, que aquellos que rozan la levedad que procura algo alcanzado, está en la acción misma. Pero, ¿Qué hace que fulano se levante a las cinco para sumergirse en el eterno círculo casa-trabajo?
¿Qué nos impulsa al acto? ¿Con qué imagen o pensamiento vamos en busca de aquello que para otros puede resultar tan banal e irrelevante?

Creo, eso sí, que lo que impulsa a muchos a la aventura es la temeridad. Decía García Márquez que muchos emigrantes a los Estados Unidos se atrevieron a cruzar fronteras resguardadas hasta la sofisticación sin tener otro recurso más que la temeridad.

Pero para sazonar mejor el ingrediente, había que agregar a esta vehemencia el arrebato de locura. Aquello que muchos nunca pensaron que fulano haría tal proeza. Y, por tanto, es una suerte de cambio de piel, de querer ser otro sin serlo aunque sea por unos momentos memorables.

“Muere lentamente quien no arriesga lo seguro por lo incierto para ir tras un sueño; quien no se permite, por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos”, decía Neruda. Podemos asegurar muchas cosas. Pero aquello que nos transmite reflejo de inseguridad es tal vez, en algunos casos, el camino a Damasco, la huida de la tranquilidad en busca de naderías.