lunes, febrero 16, 2009

La exigencia social

Como si la lectura hubiera pasado al último vagón de las prioridades. O tal vez alguien o algo lo impuso así.
Hace más de un mes cogí La Metamorfosis para releerlo. Hace también ya buen tiempo que no escribo nada, ni cosas publicables ni las que se mantienen en papeles u hojas que la memoria no me permite recordarlas.
Sigo en las primeras páginas y no tengo idea de cuándo terminarlo. Siempre pensé que para un buen libro las excusas sobraban, que el tiempo no es un muro a derrumbar, que solo la desidia y la indolencia podían acabar con las ganas de un lector.
Que, en realidad, siempre existía tiempo para agachar la cabeza solo ante un libro.
Tal vez mi ingenuo pensamiento y mi despreocupada rutina de siempre hacer nada, me hacían ver las cosas de eso modo, de esa forma borgeana de ver el paraíso en una suerte de biblioteca.
Pero me sumergí en la exigencia tácita del trabajo. En esa que te ahoga hasta la costumbre, que te vuelve un autómata haciendo naderías pero, al fin de todo, manteniendo el cuerpo en pie, que transforma tus horas levitadoras - porque siempre una buena lectura es un acto de levitación - para convertirlas en un producto de lo más banal: el dinero.
Es así que me quedan cinco o seis horas libres al día, pero también la exigencia corporal atenúa las ganas de robarle horas al sueño. Recuerdo la larga entrevista que le hizo Mariella Balbi a Fernando de Szyszlo y, casi al final, entre tantas otras frases que admiro, retumba aquella del pintor que decía "recuerdo los días en que acostarse por las noches me parecía un tal desperdicio de tiempo que nos había sido otorgado".
Resumiendo estas imposturas diré que me he convertido en un recluta más que se llena los bolsillos -porque de eso viviré- y que si pudiera jerarquizar deseos escogería, ante todo, lecturas; pero como sabe que de aquellos no podrá mantener el cuerpo con esa cosa llamada vida, escogió las necesidades que la exigencia social impone: el trabajo.
Pero, a pesar de las muchas horas que la paso trabajando, sé que pronto vendrán tiempos mejores. Al parecer, existe una esperanza dentro del pesimismo más bloqueado.
Y yo lo creo así.